martes, 22 de abril de 2014

Relato: Historia de amor entre O Tengu y Dionisio (Parte II)

Continuamos la historia iniciada hace unas semanas en este blog entre el demonio japonés y el dios griego, de la mano de Marc Simó.




El joven sátiro había interrumpido la cena con más noticias del ejército de criaturas japonés. Desde la muerte del general Tarobo, los asaltos se habían vuelto mucho más violentos. Tal y como había predicho su segundo al mando, sus ejércitos tenían ahora una verdadera motivación, la venganza... Bajo el mando de Kurobo, los tengus, nues y toda clase de demonios eran libres de conquistar, quemar, asesinar y saquear a su antojo.

Cuando terminaron las noticias, toda la mesa se giró en dirección al monstruo emplumado y de tez roja. Había estado escuchando las palabras del medio hombre controlando su ira pero no su vergüenza. La cabeza hundida entre sus manos reflejaba la lucha interna que tenía en su interior.

—Retírate ahora sátiro, te agradecemos tus noticias pero tenemos cosas de las que hablar aquí. — Interrumpió Dionisio. — Y vosotras también podéis ir a descansar. — dijo señalando al grupo de sirvientas que había estado sirviéndoles y amenizando la cena. Con un leve gesto de asentimiento cargaron con sus manos cuanto pudieron de la mesa y dejaron sólo el vino y las copas.

—¡Tenemos que avisar al Olimpo ellos enviarán guerreros para defendernos! — exclamó Polideuco.

—¿No sería más sensato explicarles que no tenemos el maldito talismán?— replicó Jasón.

—¿Dónde esta ahora la tregua de la diosa japonesa? Sus propias huestes nos acechan y nos dan caza como si fuéramos alimañas. — escupió un hombre al final de la mesa. — Debemos luchar o esta tortura no cesará.

Rápidamente las voces de los comensales empezaron a subir de tono, en un intento vacío de ganar razón. Hasta que el golpe seco de una jarra contra la mesa de madera impuso el silencio. Dionisio terminó de rellenar su copa y bebió mientras todos esperaban a que se pronunciara.

—No, no se derramará más sangre. No por nuestra parte... Si se siguen acercando abandonaremos el valle.— Sentenció el Dios.

—No puedo permitirlo... todo esto es culpa mía, yo les traje a aquí para encontrar ese maldito talismán... Y la...

— Basta. — interrumpió Dionisio. —No es culpa de nadie y nadie más va a morir hoy.— El Dios del vino puso fin a la fiesta y se fue con su copa en la mano. Consciente y avergonzado de que su rabia no naciera de la muerte de sus congéneres sino en la posibilidad de perderle.

Poco a poco los comensales fueron abandonando la estancia hasta que el tengu fue el único que hacia compañía a las llamas que crepitaban incesantes en la hoguera. Su imaginación quiso reírse del demonio de piel roja convirtiendo ante sus ojos aquellos troncos en llamas en la visión de toda Grecia ardiendo bajo una nube negra de nues y monstruos alados.

Sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellas imagenes, y se levantó del diván. El tiempo que había pasado con los griegos le había hecho apreciar algunas de las comodidades y placeres de sus anfitriones y ahora los echaría de menos, ya fuera marchando al bosque con ellos para escapar de Kurobo o haciéndole frente.

Se dirigió a la habitación que había compartido la práctica totalidad de los 3 meses con su ángel, y observó con detenimiento cada uno de sus rasgos para grabarlos en su recuerdo y no olvidarlos jamás. La suave luz de la luna bañaba la estancia con un ambiente mágico. El Dios griego se había dormido con la copa de vino en su mano mientras esperaba y su corona de hojas amenazaba con caer de su cabeza.

El monstruo japonés se acercó despacio, le quitó la corona, cogió la copa y bebió del dulce líquido de color sangre. La dejó en la mesa de la habitación y se acercó al gran ventanal. El oscuro paisaje de las montañas Griegas estaba impregnado de los mismos olores que el joven vino que acababa de tomar.

Se puso a recordar como en los últimos tres meses aquellos que habían sido sus enemigos le habían curado las heridas y le habían aceptado como uno más. Tres meses desde que aquel ángel de hojas en el pelo y adicto al culto a la vida le había recogido tras su caída. 

Había llegado a esas tierras con dos misiones, la primera, encontrar el talismán de Amaterasu sabiendo de antemano que no lo encontraría. La segunda, encontrar la Cornucopia para M. Cogieron las palabras de la Diosa Sol y las deformaron cuanto pudieron. A su manera, mantuvieron la tregua y nadie murió bajo sus órdenes pero saquearon, quemaron y destruyeron zonas enteras en nombre de la lucha contra los Primigenios.  Pero no recibió reproche, castigo o trato "despectivo" por sus actos, al contrario, le atendieron en cuanto necesitó, sanaron sus heridas y le trataron como a un invitado.

Nublado por el vino y las emociones no podía recordar como aquello le había llevado a su situación actual. Una sonrisa al despertar, una caricia, un paseo al atardecer, una mirada, y una cena bajo la misma luna de otoño que ahora ocultaba los tambores de la guerra que continuaría al amanecer.

Se giró y se sentó al lado de Dionisio acariciando la espalda desnuda con sus plumas. E hizo que se estremeciera con sus caricias.

— Tus labios pueden terminar lo que han empezado tus plumas. — dijo el Dios.

O-tengu miro a los ojos de Dionisio que se habia incorporado en la cama y negando con la cabeza trato de apartarse.

– ¿El sátiro también te ha despojado de tus deseos? — dijo rápidamente Dionisio mientras con las manos le impedía apartarse.

—Haría falta algo más que las palabras de un medio humano alarmista y saltarín para que cesara mi deseo por ti. — sentencio tratando de sonar convincente.

—¿Entonces por qué estas tan distante? — le reprochó entre caricias.

—Porque parece que las acciones de Kurobo, esclavo y cautivo de su propio ego, pueden prender fuego a todo cuanto quiero.

—¿Y eso le roba el sueño al gran general demonio y le hace abandonar el calor de su cama? Sólo las acciones de una persona deberían turbar el humor de mi amado: las mías. — contestó el Dios griego mientras jugueteaba con la nariz del demonio.

—¿Y qué puedo hacer para salvar cuánto amo... cuando aquellas mismas órdenes que juré cumplir son las que han causado este dolor? — dijo mientras su honor y su corazón se batían en duelo a muerte en su interior.

—No se trata de lo que un guerrero debe hacer o un amante o un demonio… Pregúntate, amado mío, qué quieres hacer tu. — terminó sus palabras con un beso.

Durante la cena había decidido que debía hacer, tras las palabras de su amado había decidido hacerlo.

Pero en ese momento lo unico que queria era compartir ese último momento con él. Le agarró entre sus brazos y arrancó lo que quedaba de la túnica medio caída de su cuerpo, giró a su presa y lo puso de espaldas a su cuerpo. Y mordiendo cada centímetro de su cuello se dejaron llevar por la excitación.

Unas horas más tarde, recostado en la cómoda cama griega. Seguía sin poder dormir, comprobó que Dionisio dormía plácidamente a su lado; tratando de no despertarle se incorporó poco a poco y se giró hacia la mesa que había al lado de la cama. Estiró el brazo y metió la mano en el enorme y retorcido cuerno de oro que descansaba a su lado. Sacó de él una jugosa fruta de agua abundante en la zona y la mordió.

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