Tras la primicia de hoy donde hemos descubierto a Artedil, os traemos de la mano de Marc Simó, uno de los narradores oficiales del trasfondo de Guerra de Mitos, esta primera parte del relato que da a conocer a este personaje y que continua el que se publicó en la página oficial: La Humanidad - Caída al abismo. Esperamos que disfrutéis con la lectura.
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Ilustración de Marc Simó |
Hacía años, muchos años, que se movía por el mundo sin
rumbo fijo, tantos que ya no era capaz de recordar dónde o cuándo había
empezado su viaje. Si bien es cierto, tampoco era capaz de recordar nada
anterior a su partida. Cada vez que trataba de recordar algo de su vida
anterior su mente se tornaba una nube densa y confusa de la que tan sólo
pequeños fragmentos sangrientos y sin sentido podían escapar. Arrojando más
dudas y temores sobre sí mismo.
En los últimos meses había tenido que sobrevivir a
terremotos, erupciones, ventiscas y tormentas eléctricas en mitad de… alzó la
cabeza en busca de alguna referencia, pero no encontró nada en mitad de aquella
tormenta que le orientara y le permitiera recordar dónde se encontraba. Cuando
terminó de llover salió de la pequeña cueva que le había servido de refugio
improvisado, el sol volvía a brillar con fuerza y resolvió que sería mejor
secar su ropa antes de seguir su viaje.
Se desató el cinto liberando la katana que llevaba
colgada y la clavó en el suelo. De la empuñadura roja y sin guarda tiró una
liana hacia el árbol más cercano. Y en ella tendió la larga chaqueta gris. Por
suerte el mono negro interior que llevaba estaba seco.
Encendió una pequeña hoguera y esperó… Sin darse cuenta,
el cansancio se apoderó poco a poco de su cuerpo y lo arrastró hacia un reino
al que temía y deseaba por igual. Las imágenes de una guerra de dimensiones
descomunales llenaron rápidamente sus sueños. Ejércitos de gigantes avanzaban
unos contra otros desde todas las direcciones, incesantes y decididos por el
campo de batalla. A cada paso, ciudades enteras quedaban arrasadas bajo sus
pies. Impertérritos, inalterables, ajenos a todo lo demás, marchaban a la batalla sin importarles las numerosas
vidas humanas que sesgaban en su avance.
Uno de los monstruosos gigantes pasó por delante de él.
Era una repugnante masa de carne putrefacta hecha de retales, el brazo derecho
había sido reemplazado por un nudoso y retorcido tentáculo que llevaba
zarandeando como si tuviera vida propia. El inmundo ser cogió un puñado de
humanos de debajo suyo como si fueran palomitas y los alzó a un par de metros
por encima de su boca. Antes de dejarlos caer, el deformado ojo del monstruo
giró sobre si mismo para ver como aquella figura oscura de hombre que había
permanecido al margen de todo se desplomaba de dolor e ira mientras las
victimas descendían gaznate abajo.
Se despertó sobresaltado. Chillando un aterrador “NOOOOO”
que sólo recibió como respuesta un par de animales salvajes alejándose
apresuradamente. Era de noche y el fuego empezaba a consumirse. Se incorporó y
palpó su chaqueta. << Seca >>. Se la puso, recuperó su espada,
terminó de apagar el fuego y retomó su viaje.
No sabia porqué pero algo había cambiado los últimos días
en su rumbo. A pesar de no saber hacia dónde se estaba dirigiendo algo le
atraía cada vez más y más fuerte hacia el Sur.
Llevaba una hora caminando entre arboles y malas hierbas
cuando el bosque terminó prácticamente en seco, una pequeña carretera de doble
sentido cruzaba perpendicular a su trayectoria. Unos metros más adelante un enorme
y tranquilo lago se abría ante él. Volvió a mirar hacia la carretera. Había dos
carteles prácticamente seguidos: en el primero había unas letras rojas que
chillaban “ATTENZIONE” seguidas de un símbolo de peligro de calzada
resbaladiza; el otro cartel anunciaba que se encontraba en el punto quilométrico
número 13 de esa carreterita. Ya sabía todo lo que necesitaba. Estaba en
Italia, en uno de los tres lagos centrales, concretamente la peculiar forma del
lago con un cabo en el medio lo delataba como el lago di Vícolo, a tan sólo 12
horas andando de Roma. Ya sabía todo lo que necesitaba. Sabía su rumbo. Miró al
cielo y vio que estaba amaneciendo, llegaría antes de que volviera a anochecer.
Se giró de nuevo hacia la carretera y se puso en marcha
con las energías renovadas. No sabía que se encontraría en Roma ni porqué
sentía la atracción de andar en esa dirección pero todo se resolvería cuando
llegaran.
El Sol hacía ya varias horas que brillaba con fuerza
cuando unos helicópteros de guerra pasaron por encima de su cabeza. Estaban
plenamente armados y llenos de soldados, fijo su vista en el que encabezaba la
expedición, llevaba la puerta abierta y se asomaba un hombre más grande de lo
habitual. Conocía a ese hombre, aunque sus ropas parecían más las de un
mercenario que las del noble heredero de Asgard. En una mano empuñaba su
martillo y en la otra agarraba una arma de fuego moderna. ¿Cómo podía recordar
a ése hombre y no recordar prácticamente nada de su vida? Un dolor intenso en
su sien derecha lo cogió desprevenido.
El dolor en su cabeza no había cesado pero se había
obligado a centrarse, si Thor también se dirigía a Roma, no podía ser una
casualidad. Se puso andar por la carretera principal hasta que llegó a la autopista,
podía adivinar que los helicópteros del Dios Nórdico habían pasado por esa zona
no hacía mucho por el rastro de sangre y muerte que habían dejado a su paso.
Durante su avance habían utilizado los coches que
circulaban como dianas. Artedil no se dejó llevar por la rabia, trató de
encontrar un vehículo que todavía funcionara y aceleró. Al poco, los vehículos
se agolpaban en dirección contraria a la suya, tratando de escapar de la
ciudad. Escuchó una explosión distante, luego otra, y otra más. Cuando enfiló
el último tramo vio la ciudad, el humo y el fuego eran los nuevos dueños de
Roma.
Sin vehículos que obstaculizaran su avance fue fácil,
entró en la ciudad por Corso di Francia, hasta el Tíber, y siguió bajando,
serpenteó por algunas de las callejuelas hasta que la policía y el ejercito
Italiano le impidieron seguir avanzando en coche. Así que lo abandonó e hizo el
último trozo del camino de nuevo a pie.
La ciudad era un verdadero caos, los habitantes que
habían podido habían huido de la zona y el ejercito había tomado el control de
la ciudad. A lo lejos, las explosiones no cesaban. Corriendo por las
callejuelas llegó hasta la Via dei Serpenti y allí lo vio, al final de la calle
a menos de 700 metros se alzaba el impresionante Coliseo romano, era allí hacía
donde se sentía atraído y era allí donde debía estar Thor.
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